martes, 27 de abril de 2010

Historia de un circulo y un cuadrado


Historia de un Circulo y de un Cuadrado




En la página de un libro de geometría que había firmado Comberousse se encontraban un cuadrado y un círculo.
Como el libro era de poco consultado, los dos se aburrían y generalmente disputaban.
- Yo soy mas grande - decía el primero-. Pues un circulo es un cuadrado cuyos ángulos han sido recortados.
El Círculo replicaba:
- Es todo lo contrario justamente, pues un circulo es un cuadrado en el cual se ha soplado y así se ha hinchado.
Como no podían ponerse acuerdo sobre la superficie, pasaron a hablar de la belleza.
- Yo soy símbolo de solides -decía el cuadrado-. La igualdad de mis cuatro lados y sobre todo mis ángulos, mis ángulos de ochenta grados*. Confieren a mi figura una armonía vigorosa y segura
- El circulo respondía:
- En la solides que tanto alabas, no veo sino vulgaridad. Tu vigor primario no me seduce nada. Te considero como una medida de superficie nada mas. En cuanto a mi, de todas las curvas soy la que mejor esta hecha. Los astros adoptaron mi contorno, los artistas recurrieron a mi curvatura y los hombres andan alrededor de mis pues, como sabes muy bien, nada conmueve tanto su carne como el orgulloso hemisferio de un trasero o de un seno femenino. En lo que se refiere a la utilidad, si deseas que hablemos de eso, mi superioridad en este dominio es absolutamente segura. Soy la rueda y habría que ser loco, convendrás en ello, para no admitir que la rueda lo es todo.
- Si no es todo, es sin embargo mucho -reconoció el cuadrado-. Pero yo presto también algunos servicios; soy la base, créeme, de los edificios mas durables.
El circulo se encogió de arco.
- Tu eres estático y lo que no se mueve muere; así lo señalan las estadísticas. Yo soy movimiento y en ese terreno soy irreemplazable. Si las ruedas de las carreteras fueran cuadradas, creo en verdad que seria difícil hacerlas avanzar.
Y así reñían durante días enteros. Nadie se atrevía a ponerlos de acuerdo. Habría sido un problemas de arduo y vano como el de la cuadratura del circulo.
Ahora bien, un día un niño que volvía la paginas del libro y al pasar hacia garabatos, dibujo rostros en una y la otra figura. El cuadrado quedo convertido en una cabeza austera y bigotuda. Al circulo le puso cabellos y pestañas en los ojos y le infundio un aire tan gracioso que era menester de toda evidencia pasarlo al genero femenino y que por decencia se lo llamara circunferencia.
Fácil es adivinar lo que ocurrió después. La curva y la rigidez que antes los había irritado durante tanto tiempo parecieron llenos de atractivos a sus sexos opuestos. Púberes, se miraron, luego se amaron y se casaron.
Al principio todo marcho bien. Es natural. La circunferencia se complacía en rodar sobre los lados de su cuadrado y experimentaba placer en demorarse en los ángulos duros que le cosquilleaban su curvatura.
Pero luego la circunferencia se canso. Como era de cascos ligeros, no tardo en descubrir polígonos menos monótonos en las cercanías de la pagina. Primero la sedujo el rectángulo por su silueta espigada. Mantuvo relaciones con él. Luego admiro la elegancia esbelta del rombo y el perfil aguzado de triangulo. También se solazo con el trapecio, y con el paralelogramo creyó que rendía el alma.
En su rincón, el cuadrado se aburría. Lo irritaba ser cornudo. Luego fastidiado se pregunto como podría reconquistar el amor y los favores de su voluble esposa.
Se puso a considerar a sus rivales y, como no era tonto, llego a la conclusión de que era demasiado grueso.
"Demasiado grueso", pensó "y ¿por que no confesarlo?, demasiado cuadrado". Habría querido transformarse pero, ¡ay!, sus ángulos, sus ángulos de ochenta grados, como el creía, habían sido determinados para toda la eternidad.
Como no podían deformarse, un día se le ocurrió la idea de plegarse. Lo hizo por su diagonal y, en virtud de una trivial maniobra, se redujo a la mitad con lo cual se convirtió sin mas ni mas en un triangulo isósceles y rectángulo. La circunferencia, conquistada por ese audaz artificio, volvió a sentir gusto por su esposo.
De su hipotenusa la circunferencia se hizo un diámetro e hizo cuerdas de los lados que le estaban tensamente o bien se refugiaba en el hueco de sus bisectrices donde la abrazaba su tierno perímetro.
Pronto, sin por ello ser mas o menos redonda, la circunferencia se encontró embarazada, pero no quisieron tener por hijo a una figura híbrida, ni siquiera a un pequeño polígono como aquellos grandes con los cuales ella no había tenido reparos en tratar.
Hicieron el voto de que en su momento la circunferencia diera a luz un teorema.
Y fue, en efecto, un teorema el hijo que tuvieron, un hijo grande y fuerte. Lo llamaron Pitágoras.